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Alexis Iparraguirre / El Rincón del Diablo - narrativa

La Hermandad y La Luna

 

Si bien la precocidad intelectual es frecuente y en algunos casos coincide en un mismo grupo humano, la madurez precoz es escasísima y, en ciertos pacientes, peligrosa.

MARGARET L. TYLER. Medical Review.

 

Dejad que los niños vengan a mí.

MC. 10,13

 

 

Sueño de Mario

El naipe sale en sueños. Unos dedos que no son de nadie (pero que yo sé que son de mi mamá) lo sacan de un mazo. Tiene escrito La Lune. Su imagen me espanta. Una luna de locos desparrama su luz como lágrimas. Dos perros voraces, enfrentados, aúllan toda la noche. Una ciudad en escombros se ve a lo lejos. Y las lágrimas lunares incendian los techos de los edificios más altos. Es el día del juicio. Pero mi mamá dice no, Mario. Ella saca otra carta, se lee en la base Le Jugement. Yo niego. El Juicio no será eso. Mamá dice a gritos: «¿Sabes por qué es, niño?». Mira al planeta que se incendia. Me explica: «Porque ustedes dejaron las puertas abiertas y se escaparon los perros». No sé por qué miro la Luna y reprocho a mi mamá: «¡La victoria final no será de la Madre de los Lunáticos, tonta!».

Amanece. Siempre amanece. A mis doce años significa hastío. Ya no aguanto el hospital. Ya no puedo fingir que no me doy cuenta de que me muero de leucemia. Y hablar, actuar, como un imbécil, cuando soy genial, un tipo más listo que el bobalicón de mi hermano o el retrasado de mi padre. Es apenas un alivio: hoy vendrán Tiago y Angélica. Ella convenció a su papá de que la traiga, con un capricho de esos que se tragan los mayores. Hablar por fin de un asunto distinto. No más prensa basura de papá, ni la manía por el orden de mamá: ¿está todo bien, Mario?, junta tus sandalias punta con punta cuando regreses del baño, estupideces. Pero, ¿vendrán realmente Angélica y Tiago? El cielo está cubierto por más nubes de tormenta. Ellos son los únicos de mi edad que me sacan de esto. Esta pesadilla de dedo que presiona en la base de la nuca y deja constancia, y dice tú eres, te vas a morir. La idea me da náuseas.

 

Diario de Angélica

3 de abril

Hay que poner las cosas en orden. Es la única forma de sobrevivir a esta locura. Es la única forma de evitar el dolor. Cuando voy por las calles hay un aura maléfica, como si un líquido denso y perverso ocupara el lugar del aire. Y pasa lo de Mario, muriéndose. Dan ganas de tirarse por la ventana, de no tener esta conciencia que se siente como un corsé de acero. Quiero llorar, salir corriendo, morirme yo también.

Y los días parecen de cartón; te apoyas en ellos y se quiebran. La cordura es un hilo. Yo escucho murmullos en los objetos, me pican como si fueran parte del cuerpo. Además, los animales hablan profecías que no puedo entender. No sé por qué soy capaz de ver portentos. Escucho a los gatos del barrio hablar de muertos; los perros se me abalanzan por las calles. Mamá tiene que salir con un palo cuando me lleva al hospital y golpearlos mientras me introduce al carro y me protege con su cuerpo.

 

Tiago, qué significa esto, me dicen Angélica y Mario, qué es, y yo no sé qué significa. Se siente en las calles como si pendiera una amenaza. No puedo decir nada, aparte de que no hay salida y Angélica y Mario lo saben. Más muertos por televisión: ahora el papá de un amigo. La Hermandad no tiene por qué sobrevivir a esta locura. No hay ninguna razón. Solo somos niños, aunque tengamos la cabeza de monstruos (por eso somos la Hermandad: para ocultarnos y que nuestras cabezas no espanten; además nos abrirían como a ratas; los mayores parten lo que no entienden). Igual, ¿de qué sirve? Nadie se percata de nada. Les parece normal vivir como estamos: con esta amenaza de tormenta de días y más días. ¿Han olvidado que aquí no llueve nunca? Y las nubes no sueltan ni gota. Es definitivo. Existe una desazón que contagia hasta a los más mínimos elementos y yo no entiendo, y también es posible que me esté volviendo loco. En todo caso, si Angélica y Mario preguntan, qué les digo. Lo mejor es que se dediquen a los pasatiempos de siempre (Mario gusta de estudios sobre linfas, Angélica de filosofía existencial, yo de historia medieval de esquizofrénicos). Y que esperen. Que vivamos como siempre, despreciando la mediocridad de los otros y a este mundo que hastía, que está en manos de imbéciles.

 

Diario de Angélica

7 de abril

Mario huele a muerto, pero no se lo he dicho. Ahora veo el futuro. Las cartas de su madre me sacan de quicio. ¿No puede dejar de tirarlas? Parece que mi destino pendiera de ellas. Pero es mi paranoia. De un mazo de cartas no cuelga nada. Menos el olor a vegetal, a pantano pudriéndose, que se mete por mi nariz y me irrita los ojos. ¿De dónde viene? Mario, Tiago y yo - la Hermandad -, jugamos casino sobre la cama de hospital. Miro a través de una ventana: la calle es un pozo oscuro. El aire se siente con dientes afilados y boca. Tiene dedos. Se abalanzan sobre mi hombro. «¿Ahí está?», pregunta Mario. Yo asiento. Las visiones del futuro me atraviesan. Basta moverse para palparlas y cortarse. Hay calles incendiadas y no se apagan. Hay una ciudad vegetal, luego otra de bestias. Se alza una luna blanca a la que aúllan los orates. Es un manicomio abierto. Son las calles de toda mi vida. Las caminan jaurías de locos. El excremento gobierna, el desperdicio. Se huele. Me tapo la cara porque no puedo aguantar.

«Yo también veo esa imagen», dice Mario, «pero en sueños». Indica con un dedo el Tarot que su madre echa una y otra vez. «Es el arcano de La Lune».

«Es raro», agrega, «cuando duermo leo la carta y no entiendo más que sin sentidos».

Tiago señala la televisión encendida. En la pantalla se suceden imágenes incoherentes. Veo interrupciones, tomas sin foco, columnas de humo. Una franja anuncia el boletín noticioso de las seis. La mamá de Mario se pone de pie y alza el volumen, se estabiliza la imagen. Hay una pandilla de hombres harapientos que corre sin dirección, alejándose de un fuego. Uno se abalanza, gritando y escupiendo, sobre el lente de la cámara. No se ve nada, hay un forcejeo, imágenes que entran de la pantalla y salen. La voz de un reportero clama al micrófono: «¡Un incendio de proporciones en el manicomio! ¡Los pacientes se achicharran... huyen por las calles...!». No aguanto más. Me doy cuenta, rompo a llorar. Tiago me abraza. La mamá de Mario se queda inmóvil, mientras me libro de los brazos de Tiago; manoteo en el aire, pronuncio a gritos, las lágrimas me ciegan: «¡Se acaba! ¡Esta basura se acaba!».

 

Me dicen qué significa esto, Tiago. Una vez más no sé. Mario me dice que busque.

Con Angélica en crisis soy el único que puede moverse. Por dónde empezar. ¿Por una serie de coincidencias, de presentimientos? ¿Por unas visiones de futuro que no comparto? Sé que no es una patraña. Estuve ahí, escuché todo, lo vi. Además soy el más indicado de los tres. Conozco cada centímetro de la biblioteca, toda su base de datos. Hay algunas pistas: el día del juicio, el Tarot, el arcano de La Lune. Luego , hay que hundirse en polvo de libros.

Mis papás piensan que estoy con tía Brenda. El pasalibros cree que me fui a las seis. ¿Cuál es el comienzo?

Quisiera saber con qué Tarot sueña Mario, por ejemplo, si con el de Marsella, el Ferrara o el Visconti. Si es el que manipula su madre es el de Marsella. Pero Gertrude Moakley dice que es el más reciente, hijo de deformaciones, de símbolos a la deriva. ¿Significa eso algo? ¿O es simplemente una circunstancia, un hic et nunc que desvía de lo esencial? Hojeo en la Guía Cavalcanti de Cartomancia y Emblemas. En el Tarot Visconti La Lune es una mujer lánguida que sostiene el astro entre los dedos; lo descarto.

En cambio, el Tarot de Ferrara echa luz sobre el de Marsella; este es un ícono deformado por el paso de siglos. El mazo Ferrara se ve más elemental y es más antiguo. Sin embargo, las imágenes son de una complejidad que paraliza. Los símbolos que indican unidad en el mazo francés, en el italiano son de ambigüedad, de bifurcación. Me explico: la pareja de perros salvajes es una simplificación de otra más antigua de rasgos distintos. Examino la carta original. Se trata de un chacal de pie y de un perro doméstico echado. Se ve hasta vulgar. Las gotas de agua mágica lunar se precipitan a tierra en tres vertientes ordenadas, irreales. Un camino ondulante pasa entre los perros y los edificios, y se pierde a la distancia entre los cerros, donde está próximo el amanecer. Confronto las cartas. Si el arcano La Lune de Marsella es una imagen de horror metafísico, su versión italiana refleja una angustia estática, de espera insufrible. No pasa nada, salvo la noche. Leo su interpretación: «El arcano La Lune indica el término, pero augura el comienzo. El alba se adivina al final del camino. La decisión es iniciarlo. Pero, ¿qué confianza hay de acabar? Ninguna».

Dejo la biblioteca lleno de preguntas. ¿Qué luz echa sobre nuestras catástrofes cotidianas el Tarot Ferrara? ¿La visión de Angélica y Mario es fragmentaria, una forma vicaria, una equivocación? Hay vacíos, piezas sin ton ni son. Ni Mario ni Angélica hablan de la masa de agua que ocupa la parte inferior de las cartas. En el Tarot de Marsella es una laguna; en el Ferrara puede ser la orilla del océano. Un crustáceo la navega. ¿Y si estoy viendo todo al revés? ¿Si nada es símbolo? ¿Si las cartas no connotan sino denotan? Entonces La Lune sería la imagen de un pueblo costero, de un barrio como este, una imagen tautológica, una constatación que no es sino espejo. ¡Confusión!

Salgo de la biblioteca, agotado, con la sensación de estar hundiéndome en más laberintos. Es medianoche y calle abajo corre viento que proviene del mar. Pero sigo pensando, sin pausa. Entonces miro el camino que conduce a mi casa. No está vacío. Está lleno de animales de múltiples especies que alzan sus cabezas apenas sienten el sonido de mis pasos. No quiero explicaciones mágicas. Ahora no. Me digo, inmovilizado: «¿Quién deja a sus animales libres a medianoche?». Deseo que sea mi única idea.

 

Tiago llama en mal momento. Siento el asco en las amígdalas. Como si unos dedos sucios me las sacaran. Y yo aguanto, con el vómito que sale. Manoteo el botón de la enfermera. Olor a alcohol, a algodón frotándome. Mamá, no me dejen solo en la oscuridad. La odio... ¡Dronabinol! No, los antieméticos convencionales no sirven. ¡Rápido! Odio la idea de morirme ahora. Pasan horas. A veces oigo mi sueño: «Porque dejaron la puerta abierta y escaparon los perros». Me viene como en espirales y se va por el drenaje, de mis sesos. Por ahí me voy también. Estoy apaleado, no sé cómo se han ido las náuseas. No percibo ni el paso del tiempo. En este instante pienso que desperdicié el tiempo, estúpido. Es absurdo... pero me he dicho mientras veo los incendios de ciudades en mi cabeza: quién como yo, que soy lúcido, genial, incomparable a los doce años. Necesito aire... Pero es igual de absurdo para quien se muere a los ochenta. Oigo ladridos, muchos, es fuego... ¡Fuego...! Porque quisiéramos que el tiempo fuera un cuentagotas eterno. Me digo un verso maniáticamente: «Mañana, mañana y mañana se deslizan, paso a paso, día a día... hasta el día en que el tiempo escribe su última sílaba».

La enfermera viene con una sonrisa boba. Su cara me dice: «Entiendo todo lo que te pasa, niñito bueno». Qué entiende. Pero qué entienden los adultos, al fin. Son demasiado estúpidos. Y me dice que Tiago ha vuelto a llamar. Pero ella no tiene por qué saber que esa llamada es importante. Significa que Tiago ha encontrado una respuesta a mis sueños de tarots, astros e incendios... o ha renunciado de plano a encontrarla.

Estoy más estable. Veo la calle y el cielo de tormenta. Qué absurdo. Los adultos no le temen. Tiago me llama. Que va a buscar a Angélica, juntos vienen a verme. No quiero dormir mientras espero. Los sueños me dicen la frase, a gritos: «Porque dejaron las puertas abiertas y escaparon los perros». ¿Qué significa?

 

Sueño de Angélica

Sueño con perros, perros alados y escamosos, y perros con plumas y pelajes de todas las especies. Me arrecuesto a dormir entre ellos mientras aúllan y su aullido es un arrullo bajo el cielo nocturno. Cabalgo en uno de ellos por entre avenidas de escombros, por sobre la catástrofe esparcida en un océano lunar. Qué espanto, qué cantidad de muertos navegando en los flujos de su sangre. Mi perro salta a los cielos, seguido por un piélago de canes que hacen cabriolas desaforadas conforme van ganando altura. Miro hacia atrás y el barrio es una escenografía, un conjunto de frontispicios arrasados, una masa retorcida de fierros y granito sobre una roca gigantesca, que se hunde, girando a la deriva, en medio de un abismo de estrellas.

Cuando despierto, tengo una sensación de angustia refrenada. Estoy acostumbrándome a estos viajes transuránicos sin objeto; he escapado o me he habituado sin percibirlo al horror. Tiago ha venido a buscarme para ir a ver a Mario al hospital; está parco, macilento, agotado. Traigo la grabadora de mano porque Tiago me lo pide. Va a ser una Sesión de la Hermandad.

 

Diario de Angélica

14 de abril

Acta de la Sesión Extraordinaria de la Hermandad de los Tres-en-Uno

[trascripción de cinta magnetofónica]

MARIO (ansioso): Informa, Tiago. [Qué sabes, habla]

TIAGO (lentamente): La ciudad vegetal y la ciudad de bestias que ven son imágenes apocalípticas (despliega un libro con litografías sobre la cama: dibujos góticos, de arquitecturas de plantas y de animales que integran edificios y plazas se alzan liados a volutas de emblemas y cintas con motes escritos). Son el Jardín del Edén y la Arcadia. En la literatura profética son metáforas de la historia del mundo, junto con una ciudad mineral, supuestamente Jerusalén La Nueva. La mitología cristiana las vincula con el Milenario: cuando venga el Juicio Final, la Civitas Dei dará por terminado el esplendor de las otras dos como utopías humanas.

ANGÉLICA (inquieta): Yo no he visto ciudades minerales; solo veo urbes de pantanos

y de excremento de bestias, y a veces de cartón, una maqueta hecha añicos.

TIAGO: La sintaxis simbólica es compleja, sinuosa; se me escapa. Desde el pasado más remoto, el Paraíso y la Arcadia son íconos que bosquejan intuiciones. Con ellas la psique humana simboliza preceptos que le son inadmisibles. No puedo dar más explicaciones coherentes. Es un callejón sin salida. Sin embargo, mi «deformación profesional» histórica da una luz. El período de imaginería apocalíptica más vasto va desde el fin del imperio carolingio hasta el siglo XIV; tiene un auge en torno del Año Mil...

MARIO (agita la cabeza): Es absurdo. ¿Qué tiene que ver esto...?

ANGÉLICA : De ser verdaderas imágenes proféticas, el mundo se hubiese acabado...

TIAGO (alza la voz): Apocalipsis no quiere decir «fin del mundo». No, en un sentido literal. Un apocalipsis es una revelación sobre la historia del hombre y el orden divino. Hay dos cronistas del Año Mil, Raoul Glaber y Ademar de Chabannes, que refieren la atmósfera: taumaturgia, milagros, apariciones satánicas. Ambos mencionan a la Abadía de San Víctor de Marsella como cabeza de una congregación importante en los prodigios del Milenario.

MARIO (exasperado): ¿Y eso? [¡¿qué?!]

TIAGO : San Víctor de Marsella es el primer sitio del mundo donde se jugó al

Tarot.

MARIO (asombrado): ...

TIAGO : La baraja se convirtió en Marsella en una exposición de imágenes arquetípicas de la concepción de la vida medieval; la iconografía de la época se apropió hasta de sus minucias; incluso desplazó el motivo central de las cartas, de origen itálico, y se volvió su eje simbólico. Eso pasó con el arcano de La Lune (cubre los libros con un pliego que reproduce una carta descomunal, con perros y cerros y la luna, ampliados en sutilezas). Un hecho sin precedentes ocurrido durante la luna creciente en el norte de Europa desplazó el motivo central original.

ANGÉLICA , MARIO: ¿Cuál?

TIAGO: Un grupo de pueblos costeros daneses fue encontrado abandonado, poblado por locos y lo asolaban jaurías de perros salvajes (despliega una mapa de la Península Escandinava ). Los pescadores germanos que trajeron las noticias hablaban de escenas escalofriantes... incluso de casos de antropofagia (Angélica asquea, Mario retrocede). La crónica de Glaber y las actas de la Abadía de San Víctor cuentan la historia como una señal del fin del mundo próximo... en especial en San Víctor: ahí hay casi treinta monjes daneses durante el Año Mil.

ANGÉLICA: Entonces, estos pusieron en el Tarot...

TIAGO (la interrumpe): ¿La imagen de la desgracia de su patria? Posiblemente... La relación no es directa. Pero es claro que no solo ellos, sino todos los hombres de la abadía vieron en la plenitud de la locura una manifestación del influjo lunar (muestra más litografías: lunas plácidas y lunas monstruosas, hombres caminando sin razón, trepados al mástil de una embarcación de madera, suelta a la deriva entre vientos de tempestad y oleajes sin freno. La mitología medieval establece una dependencia directa de las fuerzas irracionales con La Luna. Es otra señal del fin del orden humano. Aún hoy llamamos lunáticos a los locos. El arcano La Lune no difiere de ese sentido...

MARIO: Qué significa.

TIAGO: Angustia y miedo (la perfila con un dedo), pero también ambigüedad, indecisión. Una carta debe leerse en relación con las otras, en una maraña de símbolos cuyo sentido es fruto de la clarividencia. La Lune es un Arcano Mayor, un naipe que rige a los hombres y a las bestias, a las mareas y a los cielos embrujados. Para el hombre medieval era el faro de los viajes sin sentido...

ANGÉLICA (con impaciencia en ascenso): Eso ya lo sabemos, Tiago. ¿No te escuchas? No has avanzado, solo hay más laberintos. Nada de esto tiene sen...

TIAGO: Sin embargo, en la carta hay un sentido, pero es de otra manera... La Lune pertenece a las cartas llamadas Triunfos de la Eternidad... Escucha , la Alta Edad Media imaginó al ser humano atrapado en esferas de atracción jerárquicamente organizadas: al hombre lo mueve el Amor Loco, pero sobre este se impone la Virtud , y la fuerza del Tiempo los arrasa a ambos... Sobre el Tiempo prevalece la Eternidad , que es un dominio inexplicable, al cual los sentidos de los vivientes no pueden penetrar. La baraja del tarot reproduce la correlación de estas esferas en los cuatro grupos que integran la Arcana Mayor , las cartas más abstractas del mazo (gira a la carta). La Lune es un Arcano de la Eternidad ; su locura es trascendente. La imagen que lleva, fuera del hecho extravagante que la originó, es como un mensaje... ¡cifra un simbolismo iniciático!

El viaje de crecimiento: hay una jornada por emprenderse. ¿Ven el crustáceo al pie del camino? (lo pincha con el dedo). Este es el camino para él. Sus estadías son muchas, de un valor bifronte: los canes son perros y chacales entremezclados, compañeros, pero a la vez depredadores. En verdad, del camino no se sabe, salvo que es del crustáceo... El viaje mismo está en duda [MARIO: Para]. El animal es de dos mundos: pertenece al seno líquido, que es el espacio de las ideas sin forma, pero también a la tierra que surca el intelecto de los hombres. [ANGÉLICA: Aquí hay algo...] La luna creciente y la bajamar obligan al crustáceo a elegir. ¿Hacia qué sitio? ¿La vuelta al mundo subacuático o el ascenso al nuevo día? [MARIO: ¿De qué habla?] [ANGÉLICA: Creo...]

ANGÉLICA (sus ojos saltan a Tiago): Puede morir en la playa.

TIAGO: Puede.

MARIO: En los sueños no hay crustáceos...

ANGÉLICA (sigue a Tiago): Ni en mis visiones.

TIAGO: Eso es de lo que hay que sorprenderse. Pero existe una explicación. La visión del crustáceo solo puede tenerse desde una proximidad que no la obstaculice. Ahora, miren a la carta: el animal resulta visible desde cualquier punto. Sin embargo, si uno se sitúa en el lugar que el crustáceo ocupa...

ANGÉLICA (salta): ¡Obviamente, desaparece!

TIAGO: Lo lógico es pensar que han estado observando en el sitio del crustáceo. Es la única manera de que no se le vea. Funcionalmente, ocupan su lugar.

MARIO: Magnífico. Soy un crustáceo.

TIAGO: En el sistema de intercambios simbólicos, para todo efecto, lo son. La analogía de las fichas de ajedrez se aplica: un alfil tiene un significado, no por su forma o el material de que está hecho, sino por las relaciones que guarda con las otras piezas. En el ícono de La Lune hay una pieza vital, quien marca el camino: son ustedes . Este es el arcano, este barrio.

ANGÉLICA: Lo que dices...

TIAGO: La escena de la carta, la desgracia danesa se llevará a cabo aquí. No sé por qué pasará. Pero sus sueños, las profecías, esta atmósfera enferma que nos ahoga son la prueba. Y esta imagen es un grabado en vivo: los tres somos el crustáceo. Y podemos hacer algo...

MARIO: ¿Los tres?

TIAGO: Hay tres flujos de rocío que provienen de la Luna. Son información adicional; tres potencias de la psique que posibilitan cualquier acción humana: intuición, entendimiento y voluntad. También están representadas por los tres ojos del crustáceo. Juntos conforman el alma, pero separadas conducen al caos. Son tres fuerzas en una, como nosotros. Somos nosotros.

MARIO: ¿Y qué pasa...?

TIAGO: Nos toca decidir. Ya sabemos lo que pasa por mi entendimiento, por la intuición de Angélica. El mundo se acaba, huele a excremento. Y hay una esperanza: el amanecer entre los cerros (lo señala). La nueva luz significa que la Noche Oscura termina, si la acción se emprende, si se inicia un viaje. ¿Lo iniciamos? ¿Cuál es? Tú eres el jefe. Eres la voluntad. Debes decidir qué hacer.

MARIO (exasperado, mira a todas partes): ... ¡No sé sobre qué decidir!

TIAGO (acalorado): Es sencillo. (Abriendo y cerrando los ojos) ¿Podemos frenar este Götterdammerung? ¿este fin del mundo? ¿Podemos...?

MARIO (de pronto, tartamudea, deslumbrado): ... ¡Sí, claro que sí...! ¡Sí podemos...!

 

La solución es la analogía. Qué chistoso. Basta escuchar lo que nos dice Tiago. Pero es elemental, Mario. Siento el efecto de la morfina y me estabilizo. «La victoria no será de la Madre de los Lunáticos, de la Guía de todas las Jaurías», digo en mi sueño y ahora sé por qué. Para los adultos, jamás significaría nada, más que imágenes sin sentido... Ahora, Mario, descansa, por favor... Es tan lógico y tan natural, tan infantil, Angélica... Descansa... Pero el fin ya viene, Tiago. Miro a través de la ventana: las nubes se movilizan, se mezclan desatadas. Frente al tarot, dice Angélica, el mundo es una mojiganga, una fiesta cuyos bastidores son oscuros y salvajes. Enciendo el televisor; vemos los accidentes en masa, los asesinatos múltiples, los crímenes espectaculares. Me dicen descansa. Pienso: «¿Cómo no detener tanta estupidez?». Angélica y Tiago vienen casi a diario. Sabemos que aún no se precipita la Luna contra nuestras cabezas. Y no se precipitará, Mario. El mazo del Tarot nos asalta, Angélica, escucha a Tiago, escucha el silencio de la ciudad. Triunfaremos. Sí, Angélica, Tiago, porque las cartas son un abismo de magias y analogías... ¿Y no es la analogía el fundamento del sentido de los signos del fin? El dibujo de la paloma es la paloma, el signo dragón es cada una de sus escamas; el castillo está en el papel y en la cabeza de quien habla. Y como los sueños, la analogía es de doble vía. Si una imagen de la carta desaparece, su profecía, su seña, cae en el Vacío, es nada. Desde luego un objeto del mundo de los hombres se irá si queremos que la semejanza desaparezca... ¡¿Y no es obvio qué es lo que está demás?!

La victoria no será de la Madre de los Lunáticos. No nos vencerá. ¿Cómo nos puede vencer un pedazo de piedra suspendida en el cielo? Aunque, nosotros, los más lúcidos, los más dotados tengamos que desaparecer... El sueño de los antieméticos... Mi verso maniático al final se cumple: suena la última sílaba. Miro a través de la ventana y la lluvia empieza.

 

Del libro El inventario de las naves (Fondo Editorial PUCP, 2005)

© Alexis Iparraguirre

 

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